Zona Visual / Rodrigo Pimentel

Rodrigo Pimentel: la pintura, la vida

                                Antonio Espinoza



Nuestros artistas han sufrido, como todos,

la fascinación y el vértigo del centro mundial

pero, en general, han sabido ser fieles a sí mismos.

Las tradiciones propias, que en el caso de México

dan una suerte de gravedad espiritual al país, han

sido un factor de equilibrio. Equidistantes de la

seducción del mercado mundial, que da dinero y

fama pero seca el alma, y de la fácil

complacencia del provinciano que se cree

el ombligo del mundo, nuestros pintores deben,

al mismo tiempo y sin contradicción, conservar

su herencia y cambiarla, exponerse a todos los

vientos y no cesar de ser ellos mismos.

Octavio Paz [1]. 

La aventura artística de Rodrigo Ramírez Pimentel (Zináparo, Michoacán, 1945-Ciudad de México, 2022) inició marcada por un dilema. Afincado en la Ciudad de México desde 1964, ingresó a la Escuela Nacional de Artes Plásticas (UNAM) en 1966. Ahí, en la antigua Academia de San Carlos, tuvo como maestros a prestigiados artistas que todavía se inclinaban por la clásica enseñanza de tipo académico: Santos Balmori, Celia Calderón, Fernando Castro Pacheco, Manuel Herrera Cartalla, Francisco Moreno Capdevilla, Luis Nishizawa, Armando Parellón y Antonio Rodríguez Luna. Ese mismo año, visitó la exposición: Confrontación 66, que se presentó en el Palacio de Bellas Artes, donde vio por primera vez la obra de los jóvenes artistas que años atrás se habían rebelado contra el viejo nacionalismo artístico representado por la Escuela Mexicana y el muralismo. El joven estudiante mexicano conoció entonces la obra de los miembros de la llamada Generación de la Ruptura: Lilia Carrillo, José Luis Cuevas, Manuel Felguérez, Fernando García Ponce, Vicente Rojo y Roger von Gunten, entre otros.


Abstracción por la naturaleza

Entre la figuración y la abstracción. Tal fue el dilema que enfrentó Rodrigo Pimentel en los inicios de su carrera. De un lado, los cuadros que producía en la Academia de San Carlos eran figurativos, de acuerdo a las enseñanzas de sus maestros; del otro, su interés en la obra de Lilia Carrillo, Manuel Felguérez, Fernando García Ponce y Vicente Rojo, le impulsaban a experimentar con la abstracción. Finalmente, la balanza se inclinó por la pintura no representativa y Pimentel se convirtió en un pintor abstracto.

La época abstracto-informal de Rodrigo Pimentel ocupa un lugar de honor en la historia de la pintura mexicana no representativa. Los cuadros abstractos que produjo desde finales de los años sesenta, durante los años setenta y todavía a principios de los ochenta, son espléndidos, técnicamente impecables, de una factura matérica que nos recuerda a Guinovart, Millares y Tàpies. Lo más interesante de esos cuadros (muchos de ellos con títulos ecologistas), es que revelan la preocupación de Pimentel por el medio ambiente y el deterioro de la naturaleza. Son cuadros que forman parte de una abundante producción pictórica que marcó una época en la historia del arte nacional y que tuvo su punto climático en una exposición memorable: El informalismo en México, realizada en 1980 en el Palacio de Minería, bajo la curaduría de Armando Torres Michúa. La muestra incluyó obras abstractas de numerosos pintores, de distintas generaciones. Pimentel participó como uno de los jóvenes informalistas más destacados.

Figuración enraizada

En los años ochenta, la pintura mexicana dio un giro decisivo, con el resurgimiento vigoroso de la figuración que se expresó a través de distintas tendencias. La corriente principal de la nueva figuración fue el neomexicanismo, en el que confluyeron numerosos artistas con inquietudes nacionalistas, que se apropiaron de diversos elementos de identidad y rescataron la iconografía patria, popular, religiosa, rural y urbana de nuestro país. [2] Autores como Ricardo Anguía, Esteban Azamar, Janitzio Escalera, Julio Galán, Javier de la Garza, Arturo Guerrero, Marisa Lara, Dulce María Núñez, Adolfo Patiño, Georgina Quintana, Froylán Ruiz, Eloy Tarcisio, Germán Venegas y Nahum B. Zenil, entre otros, participaron en esa aventura que inyectó de vitalidad a la pintura mexicana.

Convencido de que su lenguaje abstracto-informal se había agotado, Rodrigo Pimentel retomó la figuración en los años ochenta para sumarse a la oleada pictórica neofigurativa –en su caso dentro de la corriente neomexicanista-, que marcó toda la década y parte de la siguiente. Poco a poco, el maestro michoacano fue creando un estilo personal, inconfundible. Dueño de una gran cultura visual, admirador de Chagall, Dubuffet, Matisse, Picasso y Warhol, entre otros maestros, supo dotar a su obra de una impronta única que lo distinguió siempre. Tomando elementos de aquí y de allá, referencias al arte del pasado y del presente, creó una obra sumamente original, que se impone por sí misma. [3] Se trata de una pintura de violentos choques cromáticos (a la manera del fauvismo), plana o atmosférica, de superficie mate y poca textura, que se caracteriza además por su sentido de mexicanidad, como solía decir el artista. [4]

Con su regreso a la figuración en los años ochenta, Rodrigo Pimentel retomó las enseñanzas de sus viejos maestros de la Academia de San Carlos. De su pincel empezaron a surgir imágenes diversas que con el tiempo conformaron un amplio repertorio iconográfico enraizado en su cultura ancestral. Nacido en un pequeño pueblo al sureste de Michoacán, absorbió desde muy niño imágenes que tiempo después aparecerían en su obra: animales, fiestas, mitos, paisajes…Ocelote (encáustica sobre madera, 1986) es uno de los primeros cuadros de su bestiario fabuloso y colorido, que incluye ardillas, gallos, guajolotes, iguanas, jaguares, lagartijas, mariposas, peces, ranas, tigres, toros, tortugas, venados y hasta naguales (seres míticos capaces de convertirse en animales). Si en su pintura matérica expresa su preocupación por el deterioro del medio ambiente, en sus cuadros de animales y en sus paisajes exalta la naturaleza en toda su grandeza.

Rodrigo Pimentel vino al mundo dos años después de que emergiera de la tierra el volcán Paricutín, al que pintó muchas veces como lo hiciera su admirado Dr. Atl. En uno de sus primeros paisajes, Mujer de Maíz (óleo sobre tela, 1991), el coloso de fuego aparece en medio de la composición, mientras que en un primer plano vemos a una mujer gigantesca recostada (una auténtica diosa), con dos mazorcas como atributo, soberana absoluta de su entorno. Los paisajes posteriores de Pimentel ya no incluyen deidades, pues la deidad que se impone es la naturaleza misma en toda su inmensidad, como protagonista única del discurso. Paisajista de altos vuelos, el maestro michoacano expresa su asombro ante la naturaleza en cada uno de sus paisajes, que por lo demás son lecciones magistrales de técnica pictórica en cuanto al manejo de la atmósfera y el color.

Poco antes de pintar Mujer de Maíz, Rodrigo Pimentel inició una serie sobre dioses prehispánicos inspirada en Saturnino Herrán. A Pimentel le impresionó siempre el tablero central del célebre friso: Nuestros dioses (1914-1915), de Herrán, en el que aparece una fusión misteriosa de Cristo y Coatlicue: la vieja diosa de la tierra acogiendo y devorando a un tiempo el cuerpo crucificado del nazareno. Con esta imagen poderosa en mente, pintó la Coatlicue (óleo sobre tela, 1990) y a otros dioses del panteón prehispánico pero bajo conceptos pictóricos totalmente distintos a los de Herrán. En sus cuadros de dioses prehispánicos (Coyolxauhqui, Huitzilopochtli, Quetzalcóatl, Tezcatlipoca, Tláloc, Xochipilli…), revela el conocimiento que tenía de la cosmogonía azteca, dotando a sus deidades de collares, máscaras, orejeras, pectorales y todos los atributos que nos permiten identificarlos. [5]

Como pintor nacionalista, Rodrigo Pimentel se interesó mucho en las máscaras, esos objetos maravillosos de origen prehispánico que suelen utilizarse en carnavales, fiestas y rituales en distintas regiones de México. Ya sabemos que la máscara cubre la identidad de quien la porta, pero en el caso de las máscaras de Pimentel, es evidente que el pintor se esconde detrás de muchas de ellas, ocultando su rostro para asumir distintas personalidades. Las máscaras son personajes interpretados por el maestro michoacano, quien juega con nosotros: se convierte en lo que quiere cual nagual con el poder de la transmutación. Con una máscara cubriendo su rostro, puede ser un animal, un purépecha de casta y hasta lo que fue en vida: un artista (El pintor, óleo sobre tela, 1989). Se ve a sí mismo como un ser enmascarado, dándole la razón a Octavio Paz: "máscara el rostro y máscara la sonrisa". [6]

El juego de identidades de Rodrigo Pimentel va más allá, como se puede ver en uno de sus autorretratos más celebrados, Convivencia (óleo sobre tela,
1995), en el que la máscara es su propio rostro. En una escena cargada de humor negro, pinta una calaca que mira de frente al espectador después de quitarse la máscara: el pintor y la muerte se funden en un mismo personaje. Pero el sentido del humor y la ironía del maestro michoacano se expresa sobre todo cuando se apropia de símbolos nacionalistas para subvertirlos. Uno de sus cuadros más importantes en esta línea es: El nopal (óleo sobre tela, 1991), que por cierto ilustra la portada del espléndido catálogo publicado con motivo de la memorable exposición de Pimentel en el Museo del Palacio de Bellas Artes en 1995: Testigos ausentes. En esta obra un nopal gigantesco que emerge de un volcán ocupa casi toda la tela y sobre él se posan las garras de un águila que devora a una serpiente. En un cuadro de tonalidades rojizas que aluden a los sacrificios humanos, imagina el mito de la fundación de Tenochtitlán. En otro cuadro, Media luna (óleo sobre tela, 1994), imagina los pies de la Virgen de Guadalupe, violentando la imagen sacra de la madre de todos los mexicanos con la aparición inesperada de una serpiente.

Por supuesto que este tipo de obras pueden admitir una lectura más política. Aquí cabe señalar que Rodrigo Pimentel era más bien escéptico con respecto al arte político, aunque su sensibilidad le llevó a pintar cuadros con el tema doloroso de la migración a Estados Unidos. Su obra es tan rica y variada que merece un espacio más amplio para un análisis más profundo. Pintó animales, dioses, máscaras, autorretratos, pero también alebrijes, diablos, payasos…no rehuía ningún tema. Las dos veces que lo invité a participar en exposiciones sobre futbol, aceptó gustoso, se impuso el reto de hacer cuadros con ese tema y salió airoso.


Al final de su vida, con una experiencia acumulada por décadas de trabajo y un oficio que dominaba a la perfección, podía hacer lo que quisiera en la pintura. Así, para su participación en la exposición: Festín de sabores. Banquete mexicano, recientemente concluida en el Museo Nacional de Arte, pintó un cuadro cubista para rendir homenaje a otro de los artistas que admiraba: Alfonso Michel. Creía totalmente en el arte de la pintura, en "la pintura como imagen, materia, objeto, ficción y tradición cultural". [7] Más que eso: amaba a la pintura. Como me dijo en la entrevista ya citada: "La pintura es mi vida". [8] Sí, la pintura fue su vida. Para pintar vino a este mundo.


[1] Octavio Paz, México en la obra de Octavio Paz. III. Los privilegios de la vista. Arte de México. México: Fondo de Cultura Económica, 1987, p. 472.

[2] El término neomexicanismo fue acuñado por la crítica e historiadora del arte Teresa del Conde. Vid. Teresa del Conde, "Nuevos mexicanismos". En Unomásuno. México: 25 de abril de 1987, p. 22.

[3] Sobre las múltiples influencias detectables en la pintura de Rodrigo Pimentel, vid. Teresa del Conde, "Rodrigo Pimentel". En Latín American Art. Scottsdale, Arizona: núm. 2, verano de 1992, pp. 60-62; y también Edward J. Sullivan, "La modernización de la imagen mítica". En Testigos ausentes, catálogo de la exposición del mismo nombre en el Museo del Palacio de Bellas Artes. México: Consejo Nacional para la Cultura y las Artes/Instituto Nacional de Bellas Artes, 1995, pp. 63-71.

[4] "Considero que toda mi obra es mexicanista", me dijo Rodrigo Pimentel en una entrevista que le hice para un periódico michoacano. Vid. Antonio Espinoza, "La pintura es un carnaval". En La nave, suplemento cultural de Provincia. México: año 1, núm. 3, 18 de marzo de 2006, pp. 6-7. 

[5] Vid. Antonio Espinoza, "El regreso de los dioses". En Dominical, suplemento de El Nacional. México: año 2, núm. 89, 2 de febrero de 1992, p. 18.

[6] Octavio Paz, El laberinto de la soledad/Postdata/Vuelta a "El laberinto de la soledad". México: Fondo de Cultura Económica, 1981, 1993 y 1994, p. 32. 

[7] Vid. Blanca González Rosas, "Rodrigo Pimentel, 1945-2022". En Proceso. México: núm. 2393, 11 de septiembre de 2022, p. 72.

[8] Antonio Espinoza, op. cit. 


* Texto tomado de: Rodrigo Pimentel (1945-2022). Transmutaciones, catálogo de la exposición del mismo nombre presentada en el Museo Nacional de Arte. México: Secretaría de Cultura/Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura/Museo Nacional de Arte, 2023, pp. 25-29.


Obras de Rodrigo Pimentel

Rodrigo Pimentel

Contaminación

Óleo sobre lino 150 X 120 cm.

1976

Colección: Andrés Blaisten

Rodrigo Pimentel

Huitzilipochtli

Óleo sobre tela 160 X 200 cm.

1990

Legado del artista

Rodrigo Pimentel

El nopal

Óleo sobre tela 125 X 100 cm.

1991

Colección: Andrés Blaisten 

Rodrigo Pimentel

Alegoría

Óleo sobre tela 200 X 160 cm.

1994

Legado del artista 

Rodrigo Pimentel

Media luna

Óleo sobre tela 200 X 200 cm.

1994

Legado del artista 

Rodrigo Pimentel

Pandemia

Óleo sobre tela 180 X 180 cm.

1994

Legado del artista