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Critica Calaveras Sonrientes
Calaveras sonrientes
Antonio Espinoza
Calaveras sonrientes
Antonio Espinoza
Dime cómo mueres y te diré quién eres.
Octavio Paz, El laberinto de la soledad, 1950.
Heme aquí, ya al final, y todavía
no sé qué cara le daré a la muerte.
Rosario Castellanos, "Parábola de la inconstante".
La muerte. No sabemos bien a bien qué es: ¿comienzo o fin, creación o destrucción? Dos grandes poetas mexicanos, Xavier Villaurrutia y José Gorostiza, reflexionaron en su momento sobre el tema de la muerte. Para Xavier Villaurrutia (1903-1950) la vida no era más que "nostalgia de la muerte". No venimos de la vida sino de la muerte y la recordamos con nostalgia. En su libro más famoso, Nostalgia de la muerte (1938), el poeta encuentra en la muerte nuestro origen, una revelación que la vida terrenal nos oculta: la de la verdadera vida. Volver a la muerte original será volver a la vida de antes de la vida, a la vida de antes de la muerte. Cuando morimos:
La aguja del instantero
recorrerá su cuadrante,
todo cabrá en un instante
del espacio verdadero
que, ancho, profundo y señero,
será elástico a tu paso
de modo que el tiempo cierto
prolongará nuestro abrazo
y será posible, acaso,
vivir después de haber muerto.
Si para Xavier Villaurrutia la muerte es nostalgia y no fin de la vida, para José Gorostiza (1901-1973) la vida es una "muerte sin fin", un abismo que nos lleva siempre a la nada. En su extenso poema filosófico, Muerte sin fin (1939), José Gorostiza nos revela sus preocupaciones existenciales a partir de la imagen del agua contenida en un vaso: Dios, el universo, el hombre y la muerte, todos encadenados en un círculo dialéctico, envueltos por la forma y la sustancia poéticas. La muerte es el equilibrio del mundo, pero quien triunfa finalmente en esta lucha incesante es el hombre. El vaso se rompe, el agua se derrama y el hombre proclama su triunfo menospreciando e insultando a la muerte:
Desde mis ojos insomnes
mi muerte me está acechando,
me acecha, sí, me enamora
con su ojo lánguido.
¡Anda, putilla del rubor helado,
anda, vámonos al diablo!
La muerte ("putilla del rubor helado") no es el fin de la vida, sino el inicio de un nuevo camino. El desprecio a la muerte no está reñido con el culto que le profesamos los mexicanos. El culto a la muerte es también culto a la vida. La muerte es seductora: está presente en nuestros pensamientos, en nuestros deseos, en nuestros juegos, en nuestras fiestas. Los mexicanos convivimos con la muerte todo el tiempo: la festejamos, la acariciamos, la burlamos, la despreciamos. Cada dos de noviembre celebramos el Día de los Muertos, con ofrendas que ponemos en nuestras casas para recordar a nuestros seres queridos ya difuntos. Ahí colocamos sus retratos, la comida y la bebida que más les gustaba, calaveritas de azúcar, veladoras y pan de muerto. Todo enmarcado con papel picado de colores –con figuras relativas a la muerte- y flores de cempasúchil. No hay manera más bonita de recordar a nuestros muertos que con una ofrenda.
Sirva todo lo anterior para introducir al espectador a la pintura de Mariana Flores Quijano (Ciudad de México, 1978). Imposible resistirse al sentimiento poético frente a la pintura de la autora mexicana. Su tema es la muerte y no hay tema más poético que la muerte. Fue en el año 2013 cuando pintó sus primeras calaveras. Por eso pensé en ella y la invité a participar en una exposición para conmemorar los 60 años de la publicación de Pedro Páramo (1955), la novela maravillosa de Juan Rulfo. La pintora participó con un cuadro infestado de calaveras: El eco de la ausencia/almas en pena (óleo sobre tela, 2015). La idea y el título del cuadro le vinieron seguramente de un pasaje muy conocido de la novela de Rulfo, en el que Damiana Cisneros dice: "Este pueblo está lleno de ecos". Recordemos ahora que Comala es un pueblo de muertos, de voces de ultratumba, de seres fantasmales buscando redención.
Las calaveras de Mariana Flores Quijano rinden culto a la muerte y, por ende, a la vida. En la producción de estas imágenes cadavéricas, destaca la exaltación que hace la autora del arte huichol. Los huicholes son indígenas que viven en distintas comunidades en los estados de Jalisco, Nayarit, San Luis Potosí, Durango y Zacatecas. Se distinguen por crear diversos objetos que decoran con cuentas de vidrio agujereadas (abalorios), producidas comercialmente, que en conjunto conocemos como chaquira. Mariana simula la chaquira en sus cuadros con gruesos empastes de óleo de distintos colores. Se trata de un trabajo muy laborioso que requiere tiempo y paciencia. Concluida la faena, las calaveras coloridas cobran vida e invitan al espectador a mirarlas y, cuando éste descubre el artificio del óleo texturizado, a tocarlas. En esta exposición son once las calaveras sonrientes que celebran la vida: ¡hasta la famosa calavera catrina del gran José Guadalupe Posada! Mariana se apropió de la icónica calaca para pintarla con óleo colorido y texturizado. Es la vida que sonríe.
Texto de presentación de la exposición: Elogio a la vida que sonríe, presentada en la Embajada de México en Portugal, del 6 de noviembre de 2018 al 6 de enero de 2019.